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La figura del empresario ha sido injustamente tratada a lo largo de los tiempos.

En lugar de ser vistos como generadores de riqueza, empleo, innovación y prosperidad se logró meter en la cabeza de los ciudadanos una penosa imagen del “ricachón de panza y puro y explotador de la clase trabajadora”……. y ahí todavía estamos en parte.

No voy a negar que han existido casos de personas cuya mala praxis merece el mayor de los repudios, pero esos pocos no representan en absoluto a la mayoría y merecen el rechazo frontal de la sociedad en su conjunto.

Y digo que son una minoría exigua, porque por mucho que aparezcan en algunos medios de comunicación esos “anti-ejemplos”, no dejan de ser algunas decenas o incluso centenares por toda España.

¿Y saben cuántas empresas hay en España? Según el Instituto Nacional de Estadística a fecha enero 2022 existen en España casi 3 millones de pequeñas y medianas empresas (de 1 a 250 trabajadores) y otras 30.000 denominadas grandes empresas (más de 250 trabajadores y más de 50 millones de euros de ventas).

Con estos datos objetivos, con incumplidores claramente por debajo del 1%, de verdad en el Siglo XXI, ¿merecemos que las malas prácticas de esos pocos sean las que nos definen en la mente de la sociedad?

Obviamente no, pero creo que históricamente los empresarios hemos cometido un error importante relacionado con el miedo a lo desconocido. El empresario ha tenido siempre un gran temor a los medios de comunicación que le ha llevado a la inacción casi absoluta, encerrándose en su despacho y permitiendo que solo se hable de lo “malo” sin poder contar esa otra cara de la moneda, la de la realidad, al 99%.

Imagino que la llegada de las redes sociales ha acelerado la concienciación empresarial, en el sentido que la patronal no puede seguir interactuando en la sociedad bajo ese influjo del falso estereotipo.

Y la mejor manera de afrontarlo, sin duda, es abriendo las puertas, con transparencia para que se pueda conocer esa realidad desde dentro. De ese modo se podrán visualizar las auténticas prioridades del empresario y que su imagen se ajuste a la realidad.

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El empresario de raza, el auténtico, es el que da ejemplo en su organización todos los días a sus colaboradores para motivarlos hacia el objetivo común, la sostenibilidad de la empresa y su estabilidad. Al margen del legítimo beneficio, que tributa también, la mayoría de los empresarios reinvierten esos beneficios para dar más seguridad a la empresa y sus trabajadores.

 

Muchas veces hay que afrontar riesgos o dificultades y ahí están los empresarios de verdad, los generadores de riqueza para la sociedad, avalando en muchos casos operaciones con su patrimonio personal, lo que a veces les lleva desgraciadamente a la ruina económica familiar.

 

Como decía mi padre, cada vez que el empresario genera un puesto de trabajo amplía una línea de producción, implanta una innovación que genera valor o siente el orgullo de pertenencia de sus trabajadores o grupos de interés, siente que MERECE LA PENA afrontar los riesgos que lleva aparejado. Los beneficios son un elemento relevante pero no es el principal. En las Empresas Familiares (92% en la provincia) no lo es, ya que es la continuidad el elemento clave y las ganancias se suelen llevar a reservas para reforzar la estabilidad de la empresa.

 
Por lo tanto, en realidad, el empresario es un generador de riqueza y estabilidad.

Además, ya en este Siglo XXI y con los enormes cambios que está experimentando la sociedad en el mundo, el empresario se encuentra en una posición donde tiene la responsabilidad de devolverle a la sociedad parte de lo que recibe de ella. Como comentaba en el artículo del Líder Superlativo; éste es el que conjuga las habilidades personales relacionadas con el carisma y la empatía, la visión anticipatoria para adelantarse a la competencia y la responsabilidad social tanto con el planeta como con las personas.

 

Y para muestra, un botón. El pasado fin de semana del 1 al 3 de abril, se ha celebrado en Santiago de Compostela el 18º Encuentro Nacional del Fórum de la Empresa Familiar bajo el lema “Trabajamos por una sociedad mejor”. A este encuentro asistieron 270 empresarios, hombres y mujeres, de edades comprendidas entre los 25 y 45 años y que representan a las familias empresarias más relevantes del país, algunas grandes pero la mayoría medianas. Les puedo asegurar que he sentido mucho orgullo al ver de cerca como esas nuevas generaciones, que en su mayoría trabajan en la Empresa Familiar y que en el futuro las liderarán y serán a su vez los propietarios y accionistas, poseen esa visión donde el planeta y las personas que vivimos en él son muy importantes de verdad.

 

Tenemos la generación más preparada de la historia de España para liderar y abordar los nuevos tiempos. Que en las ponencias y mesas redondas se hable de humildad, de que el principal enemigo del empresario es el ego, del ejemplo y de la cultura del esfuerzo, de que los puestos directivos se ganan a través del mérito o de la innovación estratégica y sostenibilidad como elemento diferencial y clave para mejorar los productos, procesos o servicios, creo que es digno de elogiar.

 

Porque muchos de esos asistentes podrían ser simplemente rentistas, que vivieran de la renta de su familia o sus acciones y, sin embargo están comprometidos con sus empresas, sus trabajadores, sus stakeholders (grupos de interés) y sus regiones o comarcas para compartir de algún modo esa riqueza que generan.

 

Cada vez son más los empresarios que no se conforman con pagar sus impuestos, generar empleo y dar estabilidad en su entorno. Es necesario y a su vez imparable el proceso por el cual el empresario, además de colaborar financiando proyectos de tipo social, cultural o deportivo, pase a dedicar una parte de su tiempo a implicarse personalmente en instituciones sociales para ayudar a cubrir parte de las necesidades a las que el Estado no llega a atender. Y el infinito agradecimiento que se recibe por parte de estos colectivos desfavorecidos, de estas personas, es inimaginable. De verdad que hace sentir que la vida tiene un propósito y un sentido que quizás desconocíamos.

 

Es lo que personalmente denomino “el salario emocional”, aquel que nos hace sentirnos bien en nuestro foro interno, el que permite descansar por las noches sintiendo que merece la pena y que el efecto multiplicador que genera la acción social del empresario es un bien para la sociedad.

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